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La Sampdoria de Mantovani y Boskov

El 12 de agosto de 1946, en el despacho genovés del notario Bruzzone, nació oficialmente la Unione Calcio Sampdoria. El nuevo club veía la luz gracias a la unión de dos sociedades deportivas de la ciudad: la Ginnastica Comunale Sampierdarenese (1891) y la Ginnastica Andrea Doria (1895). El rojo y el negro de la primera y el blanco y azul de la segunda se funden en una camiseta blu con franja blanca, roja, negra y blanca. El emblema de la ciudad de Génova va cosido en el centro del pecho. Nacen los colores históricos de la Sampdoria.

Desde su fundación, la Sampdoria ha conquistado un Scudetto, cuatro Copas de Italia, una Supercopa italiana y una Recopa de Europa, único trofeo internacional que posee el club. Los sampdoriani lograron todos esos títulos bajo la presidencia del romano Paolo Mantovani y bajo la dirección técnica del entrenador serbio Vujadin Boskov. La edad dorada de la Samp comenzó, por tanto, con la llegada a la presidencia en 1979 de Paolo Mantovani: en quince años, el presidente llevó a la Sampdoria desde la Serie B a la élite del fútbol italiano y europeo. Su legado se cerró en 2002.

SampdoriaPaolo Mantovani, romano y originalmente hincha de la Lazio, se mudó a tierras genovesas en 1955, cuando las oficinas de la empresa petrolera donde trabajaba se trasladaron a la capital de Liguria. El amor de Mantovani por la Sampdoria no florece espontáneamente: viene, paradójicamente, de una gran decepción frente al eterno rival; el Genoa, C.F.C. El magnate del petróleo romano, había decidido vivir en Génova tras conocer la ciudad de niño cuando fue ingresado en el Hospital Gaslini por culpa de una apendicitis. Se hizo abonado del Grifone durante dos temporadas, pero algunas decisiones de Giacomo Berrino, presidente del Genoa, hicieron que al final de la temporada Mantovani decidiera dejar de seguir al equipo.

Tiempo más tarde y después de unos años alejado del fútbol, convertido en un magnate del petróleo genovés, Mantovani decide coger las riendas de la Sampdoria. Corría el 6 de junio de 1979 y la sociedad blucherciata militaba en Serie B. A partir de ese momento comienza la refundación del club, que bajo su presidencia llegaría a ganar el Scudetto por primera vez en su historia el 19 de mayo de 1991. Un año y un día después llegaría a jugar la final de la Copa de Europa, en Wembley, contra el F.C. Barcelona de Johan Cruyff. Los años más exitosos de la Samp fueron bajo su presidencia. Por ello, Paolo Mantovani es para los tifosi blucerchiati es su eterno presidente.

En la década de los años 80, bajo el umbral del Calcio de la Juve y de la Roma, con Platini, Conti, Falcao, Rossi y Antongoni en la liga, crecieron fuertes los sueños de grandeza de algunos modestos. Fue el caso del Nápoles, el Hellas Verona y la propia Sampdoria. Los primeros, guiados por el mayor genio del momento, y los otros dos, antiguos compañeros de fatiga en Serie B, ayudaron a forjar la leyenda de un fútbol competitivo que permitió a algunos clubes pasar, en cuestión de años, de la agonía a la mayor de las glorias.

Tras varios años bordeando el descenso, la Sampdoria, se instala definitivamente en la Serie B. Al haber nacido en 1946, la Samp había vivido a la sombra del equipo que portaba el nombre de la ciudad, el Genoa, que presumía de ser el primer campeón italiano de la historia y que concentraba los poderes deportivos y sociales de la capital de la Liguria. Desde su creación, la Sampdoria se había consolidado como un equipo de media tabla en Serie A, sin opciones reales de éxito; tenía varios descensos a sus espaldas y la situación en 1979 seguía una deriva muy peligrosa para un club acuciado por problemas económicos y deportivos.

Dos años antes, en 1977, la escuadra bluecerchiata había bajado al pozo de la Serie B italiana, y lo que en principio se advertía como una breve estancia se estaba convirtiendo en el lugar natural de un equipo que no vislumbraba posibilidades de ascenso. Sin embargo, en la historia de aquel modesto club genovés siempre habrá lugar para un año mágico, 1979. Paolo Mantovani compra el club aquel año y, a partir de ese momento, todo serían buenas noticias para quienes en poco más de una década pasarían del infierno de la Serie B a reinar en el fútbol italiano. En el equipo que se encuentra Mantovani a su llegada destacan dos nombres por encima de todos: Claudio Garella, un pesado guardameta que  posteriormente ganaría otros Scudettos con Hellas Verona y Nápoles, y un central sólido y de buena planta llamado Marcello Lippi. El mismo que triunfaría años más tarde dirigiendo a la Juventus y la Selección Italiana.

A pesar de no conseguir el ascenso de categoría, durante los años en Serie B no todo eran malas noticias. Ante la mala situación económica del club, se ficharon futbolistas jóvenes, desconocidos y procedentes de clubes modestos. Uno de ellos, un central impetuoso y elegante llamado Luca Pellegrini, llegó procedente del Varese para convertirse en la primera pieza de la Samp triunfante. Tras cuatro años en el pozo, el proyecto esbozado por Mantovani en 1979 comenzaba a dar sus frutos. Renzo Ulivieri, un polifacético entrenador sin más experiencia que la obtenida tras su paso por banquillos modestos como el del Perugia y el Vicenza (y que, por cierto, en el futuro sería conocido por su labor política), dirigía a la Sampdoria de 1982 que acompañó al Hellas Verona en su regreso a la Serie A. La máxima categoría del fútbol italiano recibía la visita de dos invitados que pronto se convertirían en una piedra en el zapato de las grandes potencias del Calcio.

La idea de Mantovani en el regreso a Serie A, no fue otra que fichar dos extranjeros experimentados con el objetivo de ilusionar a los tifosi blucerchiati y guiar a los jóvenes refuerzos que jugaban a su alrededor. Liam Brady, el gran futbolista irlandés de la época, era un medio creativo y elegante que llegó procedente de la Juventus, con quien había ganado dos Scudettos consecutivos, pero que había sido perjudicado por la llegada de Platini; junto a él llegó el talentoso atacante inglés Trevor Francis procedente del Manchester City, aunque era conocido por ser el héroe del Nottingham Forest, bicampeón de Europa. Eran los elegidos de Mantovani para liderar el regreso genovés a la Serie A.

Junto a ellos, llegó un joven de apenas diecisiete años llamado Roberto Mancini, procedente del Bolonia. Debía aportar gol y frescura al ataque de la Samp. Durante las dos primeras temporadas en la Serie A, la Sampdoria se asentaba cómodamente en la parte alta del campeonato. Renzo Ullivieri, entrenador de transición en un equipo a la espera de nuevos retos, confeccionaba un grupo donde todos los años se incorporaban futbolistas jóvenes y hambrientos de éxito, como el central Vierchowod procedente de la Roma, y el medio defensivo Pari, del Parma. Pieza a pieza, la Sampdoria, con paciencia y acierto, formaba un puzzle con diseño de Scudetto.

Los éxitos comenzaban a sobrevolar Marassi y, en 1985, llegaría el primer título de la historia del club. Y con él, el comienzo de un carrusel de triunfos que tendrían su punto culminante seis años después. Moreno Mannini, un defensa marcador procedente del ComoFausto Salsano, un dinámico centrocampista llegado del Parma; y el atacante de la selección sub-21 italiana, Gianluca Vialli del Cremonese, fueron las caras nuevas. Sin embargo, el nombre estrella de los llegados en la campaña 84-85 a Génova, no era otro que el de Graemme Souness. El escocés, procedente del Liverpool, con quien había conquistado como capitán la Copa de Europa meses antes en Roma, era testosterona pura, dureza y también calidad; todo en un mismo cóctel, algo que le venía de perlas a la Sampdoria en el Calcio de la época. Su fichaje venía a suplir en la organización a Brady, que había fichado por el Inter.

Todos estos futbolistas, aumentaban considerablemente el nivel de una plantilla que estaba cada vez más cerca de los grandes. El mismo año que el Hellas Verona se proclamaba campeón del Scudetto, la Sampdoria, compañera de sufrimientos en Serie B y de alegría en el ascenso a la Serie A, lo hacía de la Coppa de Italia. El Milán preberlusconi, que se encontraba en período de transición tras sus descensos de categoría, fue el rival en una final a doble partido. Era un Milán en el que ya estaban algunos futbolistas que lo convertirían en el mejor equipo de Europa en años posteriores: Tassotti y Baresi en defensa y Evani como interior izquierdo eran algunos de ellos. A su lado el exromanista Di Bartolmei, el atacante Virdis y, al igual que en la Sampdoria, una pareja de británicos, Ray Wilkins y Mark Hateley.

Los jóvenes veienteañeros Vialli y Mancini, o lo que es lo mismo, gol más imaginación, comenzaban a escribir su leyenda blucerchiata y otorgaban el primer título de la historia al club genovés. Eugenio Bersellini, el técnico puente entre Ulivieri y Boskov, dirigió la primera Samp campeona. Mantovani llegó en 1979 con el objetivo de salvar el club y devolverlo a la élite; los primeros años en Serie A no podían ser mejores: asentados cómodamente en la parte media alta de la clasificación y, además, campeones de Coppa de Italia. A pesar de ello, cuando llegó al club lo hizo con el objetivo de convertirlo en un grande de Italia. 1986 sería el año que marcaría definitivamente el paso de un equipo competitivo a ganador.

Vujadin Boskov, un entrenador metódico, exigente, amante del trabajo y el fútbol contragolpeador, con amplia experiencia en equipos españoles como Zaragoza, Sporting de Gijón y Real Madrid (al que hizo campeón de Liga y subcampeón de Europa con el famoso equipo de los García), llega a la Samp procedente del Ascoli, al que había ascendido a la Serie A. Sobre la figura del serbio se diseñará el futuro campeón de Italia.Tras varios años de aprendizaje en Italia con futbolistas británicos, de nuevo se produce un trasvase de extranjeros, esta vez son Hans Pieter Briegel, un todoterreno alemán con una musculatura propia de un atleta; y Toninho Cerezo, un organizador brasileño procedente de una Roma que se había desprendido de él por su veteranía. Ambos acompañan a Boskov en su nueva aventura. También llega procedente del Bolonia un joven portero llamado Gianluca Pagliuca.

Con Boskov, la Sampdoria se convierte definitivamente en un competidor para Milán, Nápoles, Juventus e Inter. Es capaz de competir con todos en un Calcio, convertido en una pasarela de los mejores futbolistas del mundo, con figuras como Maradona y Careca en Nápoles o Gullit y Van Basten en el Milán de Arrigo Sacchi. La Sampdoria se convierte en una excepción; sus estrellas son dos italianos, Vialli y Mancini que, al más puro estilo GrazianiPulici del viejo Torino, son los nuevos gemelos del gol; jóvenes que se complementan a las mil maravillas, capaces de jugar con los ojos vendados. Mancini aporta imaginación, último pase y habilidad; Vialli, el atacante italiano de moda, es sinónimo de gol, remate, velocidad y potencia. De nuevo otro título, la Coppa de Italia del 88, en este caso contra el Torino de Cravero, Bergreen, Polster y un joven Lentini, confirman el progreso del equipo.

La primera gran final internacional no tarda en llegar: la Sampdoria alcanzó en 1989 su primera final europea de la historia, la de la Recopa de Europa. Briegel había dejado su puesto en el equipo a un mediocampista bregador procedente del Barcelona llamado Víctor Muñoz; junto a él llega Beppe Dossena, un interior izquierdo que debe sumar su calidad a la de Toninho Cerezo, compaginando el trabajo de Pari y Salsano en el mediocampo genovés. Para llegar a la final, dejaron por el camino equipos como el Dinamo de Bucarest y el Malinas en semifinales. Un Malinas o Mechelen que era vigente campeón y contaba con varios futbolistas holandeses como Erwin Koeman y Jhonny Bosman, además del israelí Eli Ohana y el espléndido guardameta belga Michel Preud’Homme.

El estadio Wankdorf de Berna es testigo de la final contra un F.C. Barcelona que acoge el primer año de Cruyff como entrenador y que tiene a la masa social culé revolucionada con su arriesgado 3-4-3. Zubizarreta en la portería; Alexanco como líbero; MillaAmor, su pareja de canteranos, en la manija del mediocampo; el rematador Lineker jugando por primera vez en su vida como extremo derecho; y el discutido Salinas como delantero centro, son los puntos más llamativos del nuevo Barcelona. Sin embargo, la Sampdoria no llegó en las mejores condiciones a dicha final: las bajas por sanción del central Vierchowod y el lateral zurdo Carboni, más los problemas físicos del lateral derecho Mannini, el líbero y capitán Luca Pellegrini y la estrella Vialli, marcan un choque que empezó a decidirse a los dos minutos con un gol de Salinas tras gran jugada de Lineker, y que se remató en una contra llevada por dos secundarios, Soler y López Rekarte, con gol de este último.

Aquella final, lejos de provocar una decepción, sirvió de base y experiencia para un equipo que comenzó a terminar el diseño que le llevará a ser el mejor de Italia. Srecko Katanec, uno de los mejores medios defensivos de Europa, procedente del Stuttgart y Attilio Popeye Lombardo, un rápido interior derecho de la Cremonese, completan definitivamente un equipo que, en la temporada 1989-90, se alzará, ahora sí, con la Recopa de Europa. A ella ha llegado, gracias a su nueva victoria en la Coppa de Italia en la temporada 1988-89, donde con Vialli y Mancini a la cabeza, arrasaron al Nápoles de Maradona. Y es que, desde la llegada de Boskov, prácticamente no hay año en el cual la Sampdoria no gane un título. La principal piedra en el camino hacia la final de la Recopa de 1990, que se disputará en Goteborg, es el Mónaco, en semifinales. Un equipo francés, dirigido por Arsene Wenger y que dos años antes había ganado la Liga francesa.

El guardameta Ettori, el polivalente lateral izquierdo Petit, el medio ofensivo marfileño Fofana y una pareja atacante formada por el liberiano Weah y el argentino, ex del Inter, Ramón Díaz, eran las principales figuras de aquel buen equipo. Sin embargo, la Sampdoria se deshizo con solvencia de los monegascos. Bajo la niebla de Mónaco, Vialli perforó la portería rival en dos ocasiones, colocando el 2-2 que daba para la vuelta una ligera ventaja a los genoveses. En Marassi, Vierchowod, a la salida de un córner, y Lombardo en un contragolpe, transportaban a la Samp a su segunda final europea. El rival en el Ullevi de Goteborg sería el Anderlecht, aunque esta vez la Sampdoria, clara favorita, no iba a fallar.

Aquel Anderlecht, era un buen y sorprendente equipo que había eliminado al Barcelona y que poco tenía que ver con el actual. Su entrenador era Aad de Mos, el mismo que dirigió al Malinas que un año antes había disputado la semifinal de la Recopa contra la Sampdoria. De Wilde, el suplente de Preud’Homme en la selección belga, era su portero. En defensa, a pesar de que tenía la importante baja del marcador izquierdo holandés Adri Van Tiggelen, destacaba la colocación y calidad de Grun. El mediocentro era para el yugoslavo, exjugador del Real Madrid, Milan Jankovic, y a su derecha sobresalía el islandés Gudjhonsen. Finalmente, en la delantera destacaba una de las estrellas belgas de la época, el habilidoso y rápido Degryse.

El partido, no tuvo más historia que un ataque constante de la Sampdoria sobre la portería belga. Mancini, Vierchowod e Invernizzi, pudieron dejar resuelto un encuentro que, entre las grandes actuaciones de De Wilde y la falta de puntería de los genoveses, se acercaba peligrosamente a la prórroga. Allí, acabó la resistencia del Anderlecht: Lombardo, que había entrado en la segunda parte, se convirtió en un martillo por la derecha; y Vialli, tras el único error de De Wilde en el partido y rematando de cabeza un buen servicio de su pareja Mancini, colocaba el definitivo 2-0 que daba el primer título continental de la historia a la Sampdoria.

Sin embargo, lo mejor aún estaba por llegar: tras el Mundial de Italia 90, el Calcio, como había sido costumbre en la última década, se convirtió en un mercadeo constante de nombres y traspasos. Skhuravy y Branco al Genoa; Mikhailichenko a la propia Sampdoria; Baggio, Julio César y Hassler a la Juventus; Riedle al Lazio; Fusi y Martín Vázquez al Torino; Aldair a la Roma; Galli al Nápoles; y Grun y Taffarel al Parma, entre otros movimientos menos destacados.

Precisamente, aquel Scudetto, el de la 1990-91 significó el final de la era Sacchi en Milán y el adiós de Maradona a Italia tras su positivo por cocaína. Sin embargo, y a pesar que la Sampdoria no partía como la favorita para conquistar el título, Boskov había hecho un equipo a su imagen y semejanza con futbolistas que llevaban varios años jugando juntos, que habían llegado jóvenes al club procedentes de modestos como Varese, Como y Cremonese; y que habían vivido el crecimiento de un equipo pequeño que ya era grande. A su lado, extranjeros como Cerezo, desechados por sus antiguos equipos y agradecidos por la oportunidad, habían formado una familia que moría por la camiseta.

Solidez, trabajo, contragolpe y definición, eran las palabras claves de la Sampdoria campeona del Scudetto 91. Pagliuca bajo los palos, asentado definitivamente como el futuro sucesor de Zenga en la Azzurra, aportaba seguridad y reflejos. Mannini y Vierchowod, insustituibles para Boskov como marcadores, destacaban por su seguridad y contundencia. Cerezo, sobresalía por su elegancia y temple en un mediocampo trabajador. Y arriba los dos estandartes del club, Mancini y Vialli, los gemelos del gol; la imaginación de Mancini y el remate de un Vialli convertido en la estrella de aquella Serie A, finalizando como máximo goleador.

Para aquella Sampdoria, el triunfo en el campeonato radicó en las victorias en Milán, sobre sus dos principales adversarios. La primera de ellas, frente al equipo rossonero en los primeros compases de la competición, significó el ascenso a la primera posición; la segunda, frente a los neroazzurri a falta de tres partidos, la sentencia casi definitiva. Para el Inter, el choque frente a la Samp significaba su gran oportunidad de colocarse a un solo punto y aumentar la presión sobre los genoveses, inexpertos en la lucha por el Scudetto.

Aquel partido frente al Inter de Trappattoni, Zenga, Bergomi, Brehme, Mathauss y Klinsmaan, reflejó las grandes virtudes de una Sampdoria que se agazapó atrás y fue liderada por un Pagliuca, que hizo uno de los partidos de su vida parando lo imposible, incluso un penalti a Mathauss. Gracias al contragolpe los genoveses consiguieron los goles de Dossena y Vialli, dejando el marcador en el definitivo 0-2 que casi certificaba el campeonato. Tras ese triunfo y con la derrota del Milán en Bari, todo estaba listo en un Marassi lleno hasta la bandera para ver a la Samp conseguir el primer Scudetto de su historia ante el modesto Lecce.

3-0 en media hora, con goles de Cerezo, Mannini y Vialli. Título de la Sampdoria y culminación de un proyecto que nueve años antes arrancó en Serie B para seguir la estela de Hellas Verona y Nápoles. El ciclo de Boskov en la Sampdoria concluyó con el club en la cúspide europea, disputando la final de la Copa de Europa frente al F.C. Barcelona. Aquel partido que terminó en derrota, supuso el final: Boskov se marchó a la Roma y la estrella, Vialli, a la Juventus. Por el camino quedaron 2 Copas de Italia, 1 Recopa de Europa, 1 Scudetto y 1 Supercopa de Italia.

Es el legado de un equipo legendario de un equipo italiano que ya nunca más sería un club cualquiera. El legado de un equipo que brilló como nunca aquel día frente al U.S. Lecce, cuando el conjunto blucerchiato ganó el Scudetto de la 1990-91. Primer y único título de liga en la historia de la U.C. Sampdoria:

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